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En la lista canónica propuesta por Harold Bloom (Part I. The teocratic Age) se recogen 16 griegos antiguos, 7 griegos helenísticos —extrañamente, incluye a Esopo— y 15 romanos.
La justificación de una lista como la propuesta aquí puede verse en textos como La Europa clásica Archivado el 3 de enero de 2022 en Wayback Machine., donde se cita, entre otras fuentes secundarias, a Jacques Le Goff.
Dejando a un lado la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, sus Confesiones [las de San Agustín] deslumbran como otra joya maravillosa. Todo el mundo lo sabe, el Águila de los Doctores con San Pablo y Santo Tomás de Aquino forma la trinidad sublime de la Teología.
Las literaturas patrística, monástica (La primera literatura monástica Archivado el 26 de octubre de 2011 en Wayback Machine. —web ortodoxa— Literatura monástica latina de los primeros siglos —web católica—) y escolástica son muy abundantes, y en ellas destacan figuras que muy bien pueden incorporarse a cualquier repertorio canónico (Orosio, Atanasio, Boecio, Casiodoro, Isidoro, Beda, Alcuino, Escoto Erígena, Erico de Auxerre, Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Buenaventura, Alberto Magno, Rogerio Bacon, Lulio, Occam, Duns Escoto), así como los autores de la calificada como herética (Nestorio, Pelagio, Arrio, Valdo, Dulcino, Wyclif, Huss). La propia Iglesia católica, además de sus propias canonizaciones de carácter espiritual, hace una selección canónica, con criterio intelectual, de los autores cristianos que considera Doctores de la Iglesia.
Siempre he creído que un buen curso de literatura no debe ser más que una guía de los buenos libros que se deben leer. Cada época no tiene tantos libros esenciales como dicen los maestros que se complacen en aterrorizar a sus alumnos, y de todos ellos se puede hablar en una tarde, siempre que no se tenga un compromiso ineludible para una boda. Leer estos libros esenciales con placer y con juicio es ya un asunto distinto para muchas tardes de la vida, pero si los alumnos tienen la suerte de poder hacerlo terminarán por saber tanto de literatura como el más sabio de sus maestros. El paso siguiente es algo más temible: la especialización. 'Y' un paso más adelante es lo más detestable que puede hacer en este mundo: la erudición. Pero si lo que desean los alumnos es lucirse en las visitas, no tienen que pasar por ninguno de esos tres purgatorios, sino comprar los dos tomos de una obra providencial que se llama Mil libros. La escribieron Luis Nueda y don Antonio Espina, allá por 1940, y allí están resumidos por orden alfabético más de un millar de libros básicos de la literatura universal, con su argumento y su interpretación, y con noticias impresionantes de sus autores y su época. Son muchos más libros, desde luego, de los que harían falta para el curso de una tarde, pero tienen sobre éstos la ventaja de que no hay que leerlos. Ni tampoco hay que avergonzarse: yo tengo estos dos tomos salvadores en la mesa donde escribo, los tengo desde hace muchos años, y me han sacado de graves apuros en el paraíso de los intelectuales, y por tenerlos y conocerlos puedo asegurar que también los tienen y los usan muchos de los pontífices de las fiestas sociales y las columnas de periódicos.Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Roresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua [sic, debería decir Floresta... de José Manuel Blecua Perdices] que se lee como una novela policiaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito. Es decir, es una lista de carácter profesional.
La elaboración de antologías, diccionarios y estudios críticos que establecen rankings de obras literarias imprescindibles es muy extensa, y no se restringe a las obras clásicas, sino que se extiende a las de mayor actualidad. Una obra reciente es Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939–2010 (véase De la posguerra a la generación X y Memoria histórica para la literatura, reseñas en El País):
¿Pueden resumirse 70 años de literatura española en 12 nombres señeros? Tras un par de soplidos y una apasionante suma y resta verbal entre ambos, Jordi Gracia y Domingo Ródenas lo hacen: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet, Jaime Gil de Biedma, Fernando Savater, José Ángel Valente, Javier Marías y Javier Cercas.
Dejando a un lado la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, sus Confesiones [las de San Agustín] deslumbran como otra joya maravillosa. Todo el mundo lo sabe, el Águila de los Doctores con San Pablo y Santo Tomás de Aquino forma la trinidad sublime de la Teología.
Las literaturas patrística, monástica (La primera literatura monástica Archivado el 26 de octubre de 2011 en Wayback Machine. —web ortodoxa— Literatura monástica latina de los primeros siglos —web católica—) y escolástica son muy abundantes, y en ellas destacan figuras que muy bien pueden incorporarse a cualquier repertorio canónico (Orosio, Atanasio, Boecio, Casiodoro, Isidoro, Beda, Alcuino, Escoto Erígena, Erico de Auxerre, Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Buenaventura, Alberto Magno, Rogerio Bacon, Lulio, Occam, Duns Escoto), así como los autores de la calificada como herética (Nestorio, Pelagio, Arrio, Valdo, Dulcino, Wyclif, Huss). La propia Iglesia católica, además de sus propias canonizaciones de carácter espiritual, hace una selección canónica, con criterio intelectual, de los autores cristianos que considera Doctores de la Iglesia.
Sólo Pushkin, de todos los poetas mundiales tiene la capacidad de convertirse en representante de otra nación... relean su Don Juan y, si no fuera por la firma de Pushkin, nunca hubieran dicho ustedes que no se trata de la obra de un español... Sí, la predestinación de los rusos es, sin la menor duda, europea y universal. Ser todo un ruso... significa... ser hermano de todos los hombres, un hombre universal... la superación de la nostalgia europea es posible en el alma rusa
Este discurso, leído ante la Sociedad de Amantes de las Letras Rusas, se ha calificado de punto de inflexión en la formación de un canon literario ruso [y]... lo que debía ser una literatura nacional. Así Turgenev se enfrentó... a Katkov. Tolstoi declinó su presencia con una carta pública en la que denunciaba la inmoralidad de una literatura alejada del pueblo (Ángeles Huerta González, La Europa periférica: Rusia y España ante el fenómeno de la modernidad, Universidad de Santiago de Compostela, 2004, ISBN 84-9750-366-X, p. 64. Véase Mikhail Katkov.
Siempre he creído que un buen curso de literatura no debe ser más que una guía de los buenos libros que se deben leer. Cada época no tiene tantos libros esenciales como dicen los maestros que se complacen en aterrorizar a sus alumnos, y de todos ellos se puede hablar en una tarde, siempre que no se tenga un compromiso ineludible para una boda. Leer estos libros esenciales con placer y con juicio es ya un asunto distinto para muchas tardes de la vida, pero si los alumnos tienen la suerte de poder hacerlo terminarán por saber tanto de literatura como el más sabio de sus maestros. El paso siguiente es algo más temible: la especialización. 'Y' un paso más adelante es lo más detestable que puede hacer en este mundo: la erudición. Pero si lo que desean los alumnos es lucirse en las visitas, no tienen que pasar por ninguno de esos tres purgatorios, sino comprar los dos tomos de una obra providencial que se llama Mil libros. La escribieron Luis Nueda y don Antonio Espina, allá por 1940, y allí están resumidos por orden alfabético más de un millar de libros básicos de la literatura universal, con su argumento y su interpretación, y con noticias impresionantes de sus autores y su época. Son muchos más libros, desde luego, de los que harían falta para el curso de una tarde, pero tienen sobre éstos la ventaja de que no hay que leerlos. Ni tampoco hay que avergonzarse: yo tengo estos dos tomos salvadores en la mesa donde escribo, los tengo desde hace muchos años, y me han sacado de graves apuros en el paraíso de los intelectuales, y por tenerlos y conocerlos puedo asegurar que también los tienen y los usan muchos de los pontífices de las fiestas sociales y las columnas de periódicos.Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Roresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua [sic, debería decir Floresta... de José Manuel Blecua Perdices] que se lee como una novela policiaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito. Es decir, es una lista de carácter profesional.
La elaboración de antologías, diccionarios y estudios críticos que establecen rankings de obras literarias imprescindibles es muy extensa, y no se restringe a las obras clásicas, sino que se extiende a las de mayor actualidad. Una obra reciente es Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939–2010 (véase De la posguerra a la generación X y Memoria histórica para la literatura, reseñas en El País):
¿Pueden resumirse 70 años de literatura española en 12 nombres señeros? Tras un par de soplidos y una apasionante suma y resta verbal entre ambos, Jordi Gracia y Domingo Ródenas lo hacen: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet, Jaime Gil de Biedma, Fernando Savater, José Ángel Valente, Javier Marías y Javier Cercas.
En la lista canónica propuesta por Harold Bloom (Part I. The teocratic Age) se recogen 16 griegos antiguos, 7 griegos helenísticos —extrañamente, incluye a Esopo— y 15 romanos.
La justificación de una lista como la propuesta aquí puede verse en textos como La Europa clásica Archivado el 3 de enero de 2022 en Wayback Machine., donde se cita, entre otras fuentes secundarias, a Jacques Le Goff.
Dejando a un lado la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis, sus Confesiones [las de San Agustín] deslumbran como otra joya maravillosa. Todo el mundo lo sabe, el Águila de los Doctores con San Pablo y Santo Tomás de Aquino forma la trinidad sublime de la Teología.
Las literaturas patrística, monástica (La primera literatura monástica Archivado el 26 de octubre de 2011 en Wayback Machine. —web ortodoxa— Literatura monástica latina de los primeros siglos —web católica—) y escolástica son muy abundantes, y en ellas destacan figuras que muy bien pueden incorporarse a cualquier repertorio canónico (Orosio, Atanasio, Boecio, Casiodoro, Isidoro, Beda, Alcuino, Escoto Erígena, Erico de Auxerre, Anselmo de Canterbury, Pedro Abelardo, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Buenaventura, Alberto Magno, Rogerio Bacon, Lulio, Occam, Duns Escoto), así como los autores de la calificada como herética (Nestorio, Pelagio, Arrio, Valdo, Dulcino, Wyclif, Huss). La propia Iglesia católica, además de sus propias canonizaciones de carácter espiritual, hace una selección canónica, con criterio intelectual, de los autores cristianos que considera Doctores de la Iglesia.
Siempre he creído que un buen curso de literatura no debe ser más que una guía de los buenos libros que se deben leer. Cada época no tiene tantos libros esenciales como dicen los maestros que se complacen en aterrorizar a sus alumnos, y de todos ellos se puede hablar en una tarde, siempre que no se tenga un compromiso ineludible para una boda. Leer estos libros esenciales con placer y con juicio es ya un asunto distinto para muchas tardes de la vida, pero si los alumnos tienen la suerte de poder hacerlo terminarán por saber tanto de literatura como el más sabio de sus maestros. El paso siguiente es algo más temible: la especialización. 'Y' un paso más adelante es lo más detestable que puede hacer en este mundo: la erudición. Pero si lo que desean los alumnos es lucirse en las visitas, no tienen que pasar por ninguno de esos tres purgatorios, sino comprar los dos tomos de una obra providencial que se llama Mil libros. La escribieron Luis Nueda y don Antonio Espina, allá por 1940, y allí están resumidos por orden alfabético más de un millar de libros básicos de la literatura universal, con su argumento y su interpretación, y con noticias impresionantes de sus autores y su época. Son muchos más libros, desde luego, de los que harían falta para el curso de una tarde, pero tienen sobre éstos la ventaja de que no hay que leerlos. Ni tampoco hay que avergonzarse: yo tengo estos dos tomos salvadores en la mesa donde escribo, los tengo desde hace muchos años, y me han sacado de graves apuros en el paraíso de los intelectuales, y por tenerlos y conocerlos puedo asegurar que también los tienen y los usan muchos de los pontífices de las fiestas sociales y las columnas de periódicos.Por fortuna, los libros de la vida no son tantos. Hace poco, la revista Pluma, de Bogotá, le preguntó a un grupo de escritores cuáles habían sido los libros más significativos para ellos. Sólo decían [sic, por debían] citarse cinco, sin incluir a los de lectura obvia, como La Biblia, la Odisea o El Quijote. Mi lista final fue ésta: Las mil y una noches; Edipo rey, de Sófocles; Moby Dick, de Melville; Roresta de la lírica española, que es una antología de don José María Blecua [sic, debería decir Floresta... de José Manuel Blecua Perdices] que se lee como una novela policiaca, y un Diccionario de la lengua castellana que no sea, desde luego, el de la Real Academia. La lista es discutible, por supuesto, como todas las listas, y ofrece tema para hablar muchas horas, pero mis razones son simples y sinceras: si sólo hubiera leído esos cinco libros —además de los obvios, desde luego—, con ellos me habría bastado para escribir lo que he escrito. Es decir, es una lista de carácter profesional.
La elaboración de antologías, diccionarios y estudios críticos que establecen rankings de obras literarias imprescindibles es muy extensa, y no se restringe a las obras clásicas, sino que se extiende a las de mayor actualidad. Una obra reciente es Historia de la literatura española. Derrota y restitución de la modernidad: 1939–2010 (véase De la posguerra a la generación X y Memoria histórica para la literatura, reseñas en El País):
¿Pueden resumirse 70 años de literatura española en 12 nombres señeros? Tras un par de soplidos y una apasionante suma y resta verbal entre ambos, Jordi Gracia y Domingo Ródenas lo hacen: Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Delibes, Carmen Martín Gaite, Carlos Barral, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet, Jaime Gil de Biedma, Fernando Savater, José Ángel Valente, Javier Marías y Javier Cercas.