Antonio Elorza (24 de junio de 2006). «Maragall: amarga victoria». El País. «Como el flautista de Hamelín, Maragall había ofrecido a Zapatero para que le siguiese un Estatuto destinado a reforzar "la España plural", elaborado en paz y concordia por los catalanes. Por mucho tiempo Zapatero se dejó guiar, hasta que comprobó que el proyecto del 30 de septiembre era un reto a la Constitución, y que ni siquiera había concordia en el tripartito. El piloto del cambio había perdido el timón y ahora paga el precio, en gran parte exigido por ZP, quien merced a su reconocida capacidad de maniobra arregló en lo posible la situación, a costa de resucitar a Artur Mas. Lo peor es que se trataba de un fracaso anunciado, desde que Pasqual Maragall enunció los principios en que se basaba su propuesta. El postulado de la singularidad nacional de Cataluña, pilar del preámbulo y del principio de bilateralidad, se apoya en una concepción tradicionalista, más que historicista, convirtiendo a los "derechos históricos" en raíz del autogobierno. Rara construcción para un demócrata. Por el mismo camino, Maragall enlazaba la idea moderna de la "eurorregión" nada menos que con el pasado de la Corona de Aragón. Todo giraba en torno a Cataluña, con España como entorno difuso, en la cual lo importante era que los catalanes se sintieran "cómodos". Meta indefinida que sólo adquiere significado desde un estricto nacionalismo: sentirse cómodos es dejar sin competencias al Estado. Un diario barcelonés elogia ahora a Maragall por el impulso dado a "una España plural" -mejor sería decir mal articulada- y por conseguir que la mayoría de los catalanes se sientan cómodos. Lo de mayoría es ya dudoso tras el 18-J; la estupidez de la comodidad, mejor olvidarla. Aun evocando más de una vez el federalismo, nuestro buen alcalde ha hecho imposible la construcción de una España federal.»