Consecuencias graves de la Revolución soviética y posteriormente de la política de planificación hubo desde muy temprano (hambrunas, purgas), destacando por sus consecuencias medioambientales la desecación [1] del mar de Aral (progresiva desde los años 50 hasta hoy, a causa de los planes de irrigación de Asia Central). Elementos parciales del fracaso de la Unión Soviética en su final fueron la fallida invasión de Afganistán (1978-1992), la incapacidad de seguir a Estados Unidos en las "carreras" espacial y nuclear de la Guerra Fría, así como en la prosperidad económica (no sólo en la imposibilidad de imitar la sociedad de consumo capitalista: para alimentar a su propia población se tuvo que recurrir a negociaciones con los estadounidenses -desde 1963, en el contexto de la distensión-), el accidente de Chernóbil (1986), la caída del muro de Berlín (1989 -con consecuencias en toda Europa, como la disolución de Yugoslavia-) y la propia disolución de la Unión Soviética (25 de diciembre de 1991), que alteró el equilibrio internacional y dejó en una prolongada decadencia a Rusia (el hundimiento del submarino Kursk, en el año 2000, se vio como una demostración de incapacidad en el ámbito tecnológico y militar).