Piñero, Antonio (2006). Guía para entender el Nuevo Testamento. Madrid: Editorial Trotta. p. 352. ISBN84-8164-832-9. «[...]la crítica no acepta esta opinión por dos razones fundamentalmente. En primer lugar, porque el Evangelio de Mateo llegado hasta nuestros días no es una traducción del arameo, sino una obra compuesta originalmente en griego. Recuérdese que Mateo utiliza como base de su escrito a Marcos y la fuente Q, ambos redactados ya en lengua griega. Por tanto, o bien ese «Mateo arameo» se ha perdido, o bien el «Mateo» que poseemos es otro evangelio. No es posible tampoco que haya sido compuesto por uno de los Doce, pues éste tendría información de primera mano y no seguiría tan extensamente fuentes previas... y en griego. El autor de Mateo es un escritor cristiano de segunda generación, puesto que utiliza textos escritos. Por tanto, parece quedar excluido que sea uno de los Doce, el publicano Mateo/Leví, cuya vocación se narra en Mateo 9:9. Algunos estudiosos han supuesto que este desconocido autor pertenece a una «escuela de escribas cristianos» por su modo de manejar las Escrituras y porque se puede ver una alusión al propio autor en la mención al buen «escriba» que saca de su tesoro cosas viejas y nuevas (Mateo 13:52). Esta suposición, sin embargo, no se puede probar aunque sea atractiva. Por tanto, no se sabe quién es verdaderamente el autor del Evangelio de Mateo. El que la tradición eclesiástica lo haya puesto bajo el nombre de un discípulo de Jesús es sólo un intento de dar autoridad a un Evangelio muy querido e importante por su riqueza doctrinal para el buen desarrollo de una Iglesia aún con pocos años. El autor es ciertamente un judío helenizado, pero de tradición palestina (conoce muchas sentencias de Jesús recogidas por la comunidad cristiana palestina), docto en las Escrituras, que vive y compone su Evangelio dentro de una comunidad judeocristiana mixta, con mezcla de otros creyentes procedentes del paganismo [...]».